Pie de foto: Control migratorio, aduanero y sanitario en el puente internacional Simón Bolívar, Norte de Santander, frontera con Venezuela.
Foto: Cancillería de Colombia
La llegada de miles de venezolanos a Colombia, ha empezado a generar un nuevo comportamiento en nuestra sociedad colombiana: el odio al extranjero, o lo que es lo mismo, la xenofobia. Tal comportamiento parece olvidar una historia marcada entre los dos países y el carácter cambiante y dinamismo de los movimientos migratorios internacionales, así como su relación con los procesos políticos, económicos y sociales tanto locales como globales (debemos recordar la ola migratoria de colombianos hacia Venezuela efectuada en la segunda mitad del siglo XX como fruto del auge de la industria petrolera y el conflicto armado colombiano).
Esta problemática social, parece, además, obviar la situación y el drama por el que muchos de estos migrantes venezolanos huyen de su país, quienes, como producto de la estructura política y económica de su gobierno, buscan más allá de sus fronteras una mejora para sí y para su familia. Nada diferente a la situación experimentada por muchos colombianos que hoy nos encontramos en el exterior.
Esta situación de odio y discriminación se encuentra además avivada por el cubrimiento de los medios de comunicación, que focalizan sus noticias en reportar y vincular al migrante con la criminalidad, generando temor e incertidumbre entre la sociedad. Recordemos pues, que la delincuencia no es cuestión de nacionalidad; solo las circunstancias determinan y explican la realización de un delito. Llevar a generalizar esta situación nos introduce en un sesgo demasiado preocupante e incendiario en el que podemos caer, provocando la violencia hacia el otro, solo por su origen, y no por sus acciones. De acuerdo al reciente estudio realizado por el Laboratorio Internacional de Migraciones -LIM- actualmente se estima que hay 900.000 venezolanos en Colombia, lo que equivale al 1,8% de la población colombiana. Esta cifra, nada desdeñable, da cuenta del reto que tiene no solo el gobierno en relación con las políticas en materia de migración, sino también el máxime desafío que nuestra sociedad tiene que asumir para crear un ambiente de solidaridad, empatía y respeto al otro, al que identificamos como diferente, pero que de otra parte se encuentra hermanado por una historia y por una condición: la humana.
