Censo 2018: el descache demográfico y el desconocimiento de la migración


Recientemente, a inicios del mes de noviembre hemos podido obtener los resultados preliminares del Censo Nacional de Población y Vivienda de 2018. Los datos arrojados en este informe no han dejado indiferente a nadie, dada las implicaciones que conlleva el nuevo panorama demográfico colombiano y, por ende, la necesidad urgente de revisar y rediseñar programas y proyectos gubernamentales, así como las políticas públicas en todos los ámbitos del país. Aunque las cifras hasta ahora presentadas muestran una cobertura geográfica del 99,8% y, por tanto, es posible que se generen ciertos ajustes en sus resultados finales, es innegable que estos datos revelan cómo el ciclo demográfico de Colombia avanza a una velocidad mayor a la esperada. En primer lugar, la población residente en el territorio colombiano sería de 45,5 millones, y no, lo que auguraban las proyecciones del DANE, en 50 millones de personas. Este desfase sería producto de la falta de ajuste que se debe realizar anualmente en un país, según la evolución de su comportamiento demográfico, en materia de fecundidad, mortalidad y migración.

Que la población colombiana sea menos de lo que se pensaba, es positivo; primero, porque la disminución de la natalidad es síntoma de los progresos sociales que atraviesa una sociedad, demostrando que hoy las familias son más reducidas, y que la decisión de tener hijos se está llevando de una manera más controlada. De acuerdo al director del DANE, una de las principales razones de esta disminución es la entrada -o el incremento- de la mujer al mercado laboral, lo cual lleva a que los hogares sean con menos hijos. En este sentido, y de acuerdo a las hipótesis de distintos estudios sociológicos, esta relación entre el descenso de la fecundidad y el aumento de la participación femenina en la actividad laboral, permite además que las mujeres puedan tener mayor acceso a la educación, y por ello, a empleos de mayor productividad, teniendo un resultado considerable en la reducción de pobreza.

Por contra a esta diminución en la natalidad, se ha aumentado la edad promedio de los habitantes, trayendo por tanto una nueva fotografía en la estructura etárea que refleja a una población colombiana más envejecida. En efecto, los datos muestran una reducción del índice de juventud y un incremento en el número de personas mayores de 64 años. Tal así, que la población colombiana mayor de 60 años casi se ha triplicado desde 1985. Si bien, esta nueva estructura da cuenta del descenso en las defunciones, y por ello, de los avances en materia de salud, las reducciones en niveles de violencia y el aumento de la esperanza de vida, también conlleva ingentes retos en los manejos presupuestarios que se asignan.

El descache de estas proyecciones no es un mero hecho anecdótico y sin importancia; al contrario, sus consecuencias son de mayor envergadura, puesto que la inexactitud de las cifras manejadas hasta el momento, han llevado a decisiones equivocadas en lo referente a políticas de educación y de salud. En efecto, que la población colombiana sea menos, y sea más vieja, exige realizar ajustes en materia pensional y cobertura de salud; pero también, en cuanto a la educación, estaríamos ante retos que apremian no por una mayor cobertura, sino por una mayor calidad educativa.

Ahora bien, no solo la reducción de la natalidad es causante de las cifras poblacionales; a su vez, los fenómenos de emigración internacional, dan cuenta de que Colombia sigue siendo un país expulsor de personas, y que esta tendencia fue mayor a la que calculaba el DANE. En este sentido, el análisis migratorio ha sido una gran incógnita en este Censo. Uno de los asuntos a los que no se dio importancia y se echa en falta ha sido la situación de los colombianos en el exterior. Si bien, sabemos que cuantificar las migraciones internacionales es una tarea, cuanto menos, ardua y compleja, es incuestionable que el conocimiento de este fenómeno es relevante tanto para las políticas internas (por el alcance que ésta tiene en el desarrollo económico y social del país), como para las políticas exteriores, no solo por la ingente participación de compatriotas que cada día emigran fueras de las fronteras colombianas, sino también por la constancia y mantenimiento en el tiempo de este suceso.

Aunque el censo de 2005, hizo un esfuerzo para obtener datos sobre los colombianos en otros países, indagando acerca de los familiares residentes en el exterior, sus características, rutas y tiempo; para el censo de 2018, la recabación sobre este tema ha sido más austera, y solo queda recogida en la pregunta acerca de “hijos que viven fuera de Colombia”, llevando a limitar la cuantificación y el rol del emigrante, y a su vez, a omitir su situación, sin poder arrojar un valor extraordinario de la magnitud del fenómeno migratorio. Así las cosas, parece que tendremos que esperar otros 10 años -¡o más!- para obtener un conocimiento más preciso sobre nuestra condición como diáspora colombiana, y por ende, para que se ajusten las políticas que nos afectan. 



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